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Toda persona necesita amor, y toda persona necesita también amar

"En muchos sentidos solemos pensar de un modo complejo acer­ca de cosas que son simples. La mayoría de nuestros problemas son muy simples, pero la mente te confunde. Y hay gente que te explota. Hacen que tus problemas sean todavía más complejos.

En una ocasión me trajeron un muchacho. Debía de tener dieciséis o diecisiete años y su familia estaba confusa y preocupada, a pesar de que no había necesidad de que nadie estuviera preocupa­do. El muchacho iba diciendo que se le habían introducido dos moscas en el vientre y que se estaban moviendo por el interior de su cuerpo: ahora estaban en la cabeza, ahora llegaban a la mano.

Le llevaron a los doctores, a los médicos, y ellos decían: «No es una enfermedad». Le miraron por rayos X y no había ni moscas ni nada. Probaron a decirle: «No tienes ninguna mosca».

Pero el decía: «¿Cómo puedo creerles? Las moscas se están moviendo por todo mi cuerpo. ¿Debo creer en mi experiencia o en su explicación?».
Fue sólo por casualidad que alguien me sugirió ante sus padres, así que trajeron al chico. Yo escuché toda la historia. El muchacho parecía muy reacio, terco, porque se estaba cansando de este doctor y de aquel doctor y de que todo lo que decían fuese: «No hay moscas».

Yo dije: -Le habéis traído a la persona adecuada. Yo puedo ver las moscas. El pobre muchacho está sufriendo y vosotros le habéis estado diciendo que es un estúpido.

El muchacho se relajó. Yo le era favorable: había por primera vez una persona que aceptaba su idea de las moscas.

-Sé cómo han entrado --dije--. Debes de haber estado durmiendo con la boca abierta.

El muchacho dijo: -Sí.

-Es algo muy simple --dije--. Cuando duermes con la boca abierta puede introducirse cualquier cosa. Tienes suerte de que sólo hayan entrado moscas. He visto a gente... a quien se le han metido ratas.

-Dios mío, ¿ratas? --dijo él...

-Y no sólo ratas, sino que detrás de las ratas también gatos.

Él dijo: -Esa gente debe de haber tenido muchos problemas. -Así es dije-. Lo tuyo no es nada, tu caso es muy simple; sólo son dos moscas. Nada más túmbate aquí y yo te las sacaré.

Él dijo: -Eres la primera persona que ha mostrado comprensión por un pobre chico. Nadie me escucha. Estoy insistentemente diciendo que están ahí. Les muestro dónde: están aquí, ahora se han trasladado aquí... y todos ellos se ríen y hacen que me sienta un estúpido.
Dije: -Todos ellos son unos estúpidos. No se han cruzado con casos así, pero yo soy un experto en esto. Yo sólo trabajo con gente que duerme con la boca abierta.

-Yo sé que me entiendes --dijo-- porque has reconocido inmediatamente que están ahí, exactamente donde estaban.

Pedí a sus padres que aguardaran fuera de la casa y lo dejaran conmigo durante quince minutos. Le pedí que se tumbara. Le tapé los ojos y le pedí que mantuviera abierta la boca.

Pero él dijo: --¿Y si entran más moscas...?
-No te preocupes -dije-; aquí tengo aire acondicionado y no hay moscas. Tú simplemente túmbate con la boca abierta y yo intentaré persuadir a las moscas para que salgan.

Le dejé allí y corrí alrededor de la casa para cazar un par de moscas de un modo u otro, y por primera vez, porque nunca antes lo había hecho. Pero de algún modo me las arreglé y traje dos mos­cas en una pequeña botella. Y mientras sostenía la botella cerca de su boca, le quité la venda de los ojos y dije: -¡Mira!

Él dijo: -Estas dos pequeñas moscas... ¡pero qué alboroto han organizado! Habían arruinado mi vida. ¿Puedes darme estas mos­cas?

-Puedo, sí --dije, y cerré la botella y se la di--. ¿Qué vas a hacer? -le pregunté.

Él dijo: -Voy a ir a ver a todos esos doctores y médicos que han estado cobrando sin hacer nada y que sólo me decían: «No hay moscas». A todo el que me haya dicho eso... le voy a enseñar que estas son las moscas.

Se curó. Lo único que ocurría es que su mente se había queda­do estancada en una idea. Pero si vas al psicoanalista, él hará una montaña de un grano de arena: tantas teorías, explicaciones... Pasan años y el problema todavía está ahí, porque el problema no se ha tocado. Se pasan el tiempo filosofando acerca del problema y poniendo a prueba su filosofía a costa del pobre paciente.


Pero la mayoría de las enfermedades de la mente --y el seten­ta por ciento de las enfermedades son de la mente-- pueden ser fácilmente curadas. Lo más fundamental es aceptar, no negar; por­que tu negación va contra el orgullo de la persona. Cuanto más nie­gas, más insistirá ella: es simplemente una cuestión de lógica. Estás negando su entendimiento, estás negando su sentir, estás negando su humanidad, su dignidad. Estás diciendo: «No sabes nada». ¡Y es su propio cuerpo!

El primer pasó es aceptar: «Tienes razón. Los que te han nega­do estaban equivocados». E inmediatamente se ha hecho la mitad de la tarea. Ahora hay una relación de simpatía con la persona. Quienes padecen de cualquier problema mental necesitan simpatía; necesitan aprobación, no negación. No quieren verse reducidos a personas trastornadas y dementes. Dales simpatía, dales compren­sión, sé amoroso...

Mi propia comprensión es que toda persona necesita amor, y toda persona necesita también amar. Toda persona necesita amis­tad, amigabilidad, simpatía, y toda persona quiere también dar todo eso.
Esto me recuerda algo: sucedió cuando George Bernard Shaw tenía casi ochenta años. Su doctor --su médico personal-- tenía noventa años y ambos eran grandes amigos.

En una ocasión Bernard Shaw sintió en medio de la noche un dolor repentino en el corazón y se atemorizó: pudiera tratarse de un ataque al corazón. Telefoneó al doctor y dijo: --Ven inmediata­mente porque puede que no vuelva a ver un amanecer.

El doctor dijo: -Resiste. Ya voy, no te preocupes.

El doctor llegó. Había tenido que subir tres tramos de escaleras --¡un anciano de noventa años llevando su maletín!--; estaba sudando.
Fue y puso su maletín en el suelo, se sentó y cerró los ojos. Bernard Shaw le pregunto: -¿Qué sucede?

El doctor se puso la mano sobre su corazón y Bernard Shaw dijo: -Dios mío, ¡tienes un ataque al corazón!-- y vio... a un anciano de noventa años, tres tramos de escaleras en mitad de la noche, y estaba sudando.
Fue y puso su maletín en el suelo, se sentó y cerró los ojos.

Bernard Shaw se levantó, comenzó a abanicarlo, le lavó la cara con agua fría, le dio de beber algo de brandy porque la noche era fría, e intentó todo lo que pudo... le cubrió con mantas y se olvidó completamente de su propio ataque al corazón, que era el motivo de que hubiera llamado al doctor.

Después de media hora el doctor se sintió mejor y dijo:
-Ya estoy bien. Este fue un gran ataque al corazón. Es la tercera vez que pasa y pensaba que sería la última, pero tú me has ayu­dado inmensamente. Ahora págame mis honorarios.

-¿Tus honorarios? -dijo Bernard Shaw-. Pero si he estado corriendo y trayéndote cosas y sirviéndote. Eres tú quien deberías pagarme a mí.
El doctor dijo: -Tonterías. Todo esto no fue más que actua­ción. Lo hago con todos los pacientes del corazón y siempre funciona.­ Se olvidan de su ataque al corazón y comienzan a ocuparse de mí, de un anciano de noventa años. Págame mis honorarios. Ha pasado ya de la media noche y tengo que irme a casa.
Y cobró sus honorarios.

Y Bernard Shaw dijo: «Esto es algo grande. Yo solía pensar que era un bromista, pero este doctor es un bromista práctico. Él me trató de veras». El doctor trató su corazón, que estaba perfecta­mente bien. Bernard Shaw se olvidó completamente de él. Era sólo un pequeño dolor que su mente había multiplicado... su temor a un ataque al corazón, la idea de un ataque al corazón, la idea de la muerte lo magnificaron.

Pero el doctor era realmente muy bueno. Consiguió que Bernard Shaw se levantara, que le prestara todos sus servicios, que le diera una copa y, finalmente, tomó sus honorarios y se marchó escaleras abajo. Y Bernard Shaw se quedó completamente descon­certado. «Este hombre dice que ha estado haciendo esto con todos los casos de corazón, y que siempre ha tenido éxito. Precisamente por su edad se las arregla estupendamente. Cualquiera se olvidaría... Cualquier otro doctor habría comenzado a hacer de ello un fenómeno complejo, con inyecciones y medicinas y todo lo demás, le habría recetado un cambio de clima, o una enfermera las veinticuatro horas. Pero ese hombre lo resolvió rápidamente, con celeridad, sin ninguna complejidad»...

He visto toda clase de casos que conciernen a la mente. Todo lo que necesitan es ser abordados con simpatía, amigabilidad y amor...
Todo el mundo parece estar cerrado. Nadie tiene un corazón con las ventanas abiertas. Y nadie tiene las puertas abiertas para dar la bienvenida a un invitado. Toda esta situación crea cosas muy extrañas. Las auténticas necesidades de la mente humana no se satisfacen y entonces la mente empieza a comportarse de formas extrañas....
No veo que haya otra psicoterapia que el amor. Si el psicotera­peuta puede derramar su amor, la enfermedad desaparecerá sin ningún análisis....
Los problemas son simples. Las soluciones son simples. Basta con que uno salga fuera de la mente para ver su simplicidad. Y entonces cualquier cosa hecha por un hombre de silencio, de paz, de alegría será medicinal, será una difusión de salud. Será una fuer­za sanadora".

Osho, De la medicación a la meditación
http://osho-maestro.blogspot.com/