El setenta por ciento de las enfermedades son ilusorias; sólo existen porque tú crees que estás enfermo
"El cuerpo tiene que enfermar, incluso tiene que morir...
Hay personas ingenuas que están absolutamente convencidas de que los milagros existen. Y el mayor problema es que si tu fe es lo suficientemente grande, puede ocurrir algo. El setenta por ciento de las enfermedades son ilusorias; sólo existen porque tú crees que estás enfermo. Por eso el setenta por ciento de la gente es atendida por opciones médicas distintas a la alopatía; incluso una simple píldoras de azúcar funcionan, su nombre científico es homeopatía.
En cierta ocasión tuve un vecino bengalí...
Era un gran homeópata, pero él, cuando estaba enfermo, iba al hospital.
Le pregunté: "¿Cómo es posible? Eres un gran homeópata, has tratado a muchísima gente"...
Me contestó: "Puedo tratar a otros, pero no me puedo tratar a mí mismo; yo sé que lo que le doy a la gente son píldoras de azúcar. Sirven para ayudar a aquellos que no lo saben y tienen fe en mí".
Y se ha descubierto que el setenta por ciento de las personas son atendidas por cualquier tipo de enfoque médico, excepto unas cuantas personas testarudas que tienen la determinación de no ser curadas, ocurra lo que ocurra. Atormentan a los médicos. Atormentan a los alópatas, atormentan a los homeópatas, atormentan a los sanadores espirituales, atormentan a todo el mundo. Tienen una inventiva prodigiosa; siempre encuentran nuevas enfermedades, enfermedades que ni siquiera los médicos conocen.
Algunas veces, me sentaba en ese consultorio de homeopatía... Había una mujer que venía casi todos los días. En cuanto aparecía, él solía decir: "Dios mío, esta mujer no se va a morir nunca. No tiene nada, su salud es excelente, pero se dedica a leer revistas de medicina en las que encuentra enfermedades nuevas de las que ni siquiera yo he oído hablar. Cuando me da el nombre de la enfermedad que dice padecer, tengo que buscarlo para ver de qué se trata. Aunque da lo mismo la enfermedad que sea, porque yo sólo tengo una medicina".
Cierto médico estaba harto de un joven que venía todos los días a su consulta. Era pobre, no podía pagar, y el médico había intentado convencerle por todos los medios de que: "Estás completamente sano".
Pero cada día venía con algo nuevo. Un día le dolía el estómago, otro, le dolía la cabeza... El médico me preguntó: "¿Qué debo hacer? No quisiera ser cruel porque es pobre, huérfano, analfabeto, no tiene trabajo...".
Le dije: "Haz una cosa: envíamelo, tú solamente dile: "Es una persona muy adusta; él sabe, pero no quiere perder el tiempo así que es muy reservado; pero tiene el poder... el agua tocada por él puede curar cualquier cosa; aunque no creo que lo haga. Pero inténtalo, insiste. Siéntate frente a su puerta".
Llegó alrededor de las nueve de la noche diciendo que le dolía mucho el estómago.
Le contesté: "A mí qué me cuentas, yo no soy médico. ¿Por qué me molestas? ¿Acaso he ido yo a tu casa alguna vez quejándome de que me dolía el estómago?".
Él respondió: "No, nunca".
Le dije: "Eso zanja la cuestión; vete a tu casa".
Él dijo: "Por extraño que parezca, el doctor Barat, el famoso médico, me dijo que usted tenía poder, un poder espiritual que con un vaso de agua que usted hubiese tocado me curaría".
Le dije: "No puedo hacerlo".
Él me suplicó: "¿Por qué no puede hacerlo? No le estoy pidiendo gran cosa. ¡Incluso puedo traer mi propia agua, mi propio vaso; usted sólo tóquela...!".
Le dije: "¡No puedo tocar nada! ¿Por qué iba a gastar mi poder espiritual?
Él me dijo: "Luego, admite que tiene poder espiritual".
Fue corriendo a su casa y volvió con una botella grande llena de agua.
Le dije: "No lo haré, un dolor de estómago no es permanente, acabará remitiendo. Te puedo enseñar a ser paciente, a sufrir, a aceptar, te puedo proporcionar grandes cualidades. No puedo alterar tu vida".
Él dijo: "No sea usted tan estricto. ¿No podría simplemente tocar la botella?".
Le dije: "No puedo hacerlo".
Nos dieron las doce de la noche..., entonces vivía con mi tía; desde su habitación se oía todo. Finalmente salió y dijo: "¡Tú también estás un poco loco! Si quiere que toque el agua, tócala y que se vaya. Lleváis tres horas perdiendo el tiempo. Os estoy oyendo; ¡ya está bien!".
Le dije: "¡Nadie me va a convencer, usted váyase a dormir!".
Ella dijo: "No puedo dormir con este hombre aquí".
El hombre pensó: "Esta es una buena ocasión". Tocó los pies de mi tía y dijo: "Ayúdeme, parece que no tiene corazón... Llevo aquí tres horas, padeciendo un terrible dolor de estómago".
Le dije: "Está bien, la tocaré, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, no quiero tener una cola de gente todo el día, tengo otras cosas que hacer".
Él dijo: "Lo prometo, juro por Dios que jamás se lo diré a nadie".
Toqué la botella. Inmediatamente, se bebió todo el agua y dijo: "Dios mío, nunca me había sentido así de bien. No sólo siento que me ha curado el estómago por completo sino que, además, han desaparecido otros pequeños achaques y me siento mucho más fuerte".
Le dije: "Recuerda que lo has prometido".
Él me dijo: "Tan sólo una cosa más, mi madre, está muy enferma".
Le dije: "Ya empiezas".
Me dijo: "No, no se lo diré a nadie, me conformo con volver a llenar la botella".
Le dije: "De acuerdo, ¡pero no quiero que traigas a nadie aquí ni que vuelvas con tu botella! ¡Ya la he tocado una vez, eso es suficiente!".
Y, sorprendentemente, aquél chiflado hipocondríaco, acabó convirtiéndose en un sanador. Llenaba la misma botella una y otra vez. Pero, como yo había tocado la botella, el agua se transformaba y curaba a todo el mundo. A su casa empezó a venir gente desde lugares lejanos, y a él le encantaba. Volvió para darme las gracias.
Le dije: "No debes venir aquí".
Él me dijo: "No, no he venido a pedir nada, sólo quería decirle que la botella funciona".
Le dije: "Cura a toda la gente que puedas".
Muchos años después volví a pasar por aquel pueblo. Se había convertido en un famoso curandero.
El doctor Barat, un prestigioso médico, me preguntó: "¿Qué has hecho? Sufro de migrañas, no he tenido más remedio que ir unas cuantas veces a pedirle a ese estúpido muchacho que me diera un poco de agua de su botella. Y es un milagro; la migraña ha desaparecido"...
La cuestión es que, si tienes fe, cualquier cosa puede funcionar en la mayoría de los casos. Sólo hay un treinta por ciento de enfermedades que no se pueden curar con tu fe. Esas enfermedades son reales; requieren un diagnóstico acertado y un tratamiento adecuado..."
Osho, No te cruces en tu camino. No puedes evitar ser quien eres
http://osho-maestro.blogspot.com/
Hay personas ingenuas que están absolutamente convencidas de que los milagros existen. Y el mayor problema es que si tu fe es lo suficientemente grande, puede ocurrir algo. El setenta por ciento de las enfermedades son ilusorias; sólo existen porque tú crees que estás enfermo. Por eso el setenta por ciento de la gente es atendida por opciones médicas distintas a la alopatía; incluso una simple píldoras de azúcar funcionan, su nombre científico es homeopatía.
En cierta ocasión tuve un vecino bengalí...
Era un gran homeópata, pero él, cuando estaba enfermo, iba al hospital.
Le pregunté: "¿Cómo es posible? Eres un gran homeópata, has tratado a muchísima gente"...
Me contestó: "Puedo tratar a otros, pero no me puedo tratar a mí mismo; yo sé que lo que le doy a la gente son píldoras de azúcar. Sirven para ayudar a aquellos que no lo saben y tienen fe en mí".
Y se ha descubierto que el setenta por ciento de las personas son atendidas por cualquier tipo de enfoque médico, excepto unas cuantas personas testarudas que tienen la determinación de no ser curadas, ocurra lo que ocurra. Atormentan a los médicos. Atormentan a los alópatas, atormentan a los homeópatas, atormentan a los sanadores espirituales, atormentan a todo el mundo. Tienen una inventiva prodigiosa; siempre encuentran nuevas enfermedades, enfermedades que ni siquiera los médicos conocen.
Algunas veces, me sentaba en ese consultorio de homeopatía... Había una mujer que venía casi todos los días. En cuanto aparecía, él solía decir: "Dios mío, esta mujer no se va a morir nunca. No tiene nada, su salud es excelente, pero se dedica a leer revistas de medicina en las que encuentra enfermedades nuevas de las que ni siquiera yo he oído hablar. Cuando me da el nombre de la enfermedad que dice padecer, tengo que buscarlo para ver de qué se trata. Aunque da lo mismo la enfermedad que sea, porque yo sólo tengo una medicina".
Cierto médico estaba harto de un joven que venía todos los días a su consulta. Era pobre, no podía pagar, y el médico había intentado convencerle por todos los medios de que: "Estás completamente sano".
Pero cada día venía con algo nuevo. Un día le dolía el estómago, otro, le dolía la cabeza... El médico me preguntó: "¿Qué debo hacer? No quisiera ser cruel porque es pobre, huérfano, analfabeto, no tiene trabajo...".
Le dije: "Haz una cosa: envíamelo, tú solamente dile: "Es una persona muy adusta; él sabe, pero no quiere perder el tiempo así que es muy reservado; pero tiene el poder... el agua tocada por él puede curar cualquier cosa; aunque no creo que lo haga. Pero inténtalo, insiste. Siéntate frente a su puerta".
Llegó alrededor de las nueve de la noche diciendo que le dolía mucho el estómago.
Le contesté: "A mí qué me cuentas, yo no soy médico. ¿Por qué me molestas? ¿Acaso he ido yo a tu casa alguna vez quejándome de que me dolía el estómago?".
Él respondió: "No, nunca".
Le dije: "Eso zanja la cuestión; vete a tu casa".
Él dijo: "Por extraño que parezca, el doctor Barat, el famoso médico, me dijo que usted tenía poder, un poder espiritual que con un vaso de agua que usted hubiese tocado me curaría".
Le dije: "No puedo hacerlo".
Él me suplicó: "¿Por qué no puede hacerlo? No le estoy pidiendo gran cosa. ¡Incluso puedo traer mi propia agua, mi propio vaso; usted sólo tóquela...!".
Le dije: "¡No puedo tocar nada! ¿Por qué iba a gastar mi poder espiritual?
Él me dijo: "Luego, admite que tiene poder espiritual".
Fue corriendo a su casa y volvió con una botella grande llena de agua.
Le dije: "No lo haré, un dolor de estómago no es permanente, acabará remitiendo. Te puedo enseñar a ser paciente, a sufrir, a aceptar, te puedo proporcionar grandes cualidades. No puedo alterar tu vida".
Él dijo: "No sea usted tan estricto. ¿No podría simplemente tocar la botella?".
Le dije: "No puedo hacerlo".
Nos dieron las doce de la noche..., entonces vivía con mi tía; desde su habitación se oía todo. Finalmente salió y dijo: "¡Tú también estás un poco loco! Si quiere que toque el agua, tócala y que se vaya. Lleváis tres horas perdiendo el tiempo. Os estoy oyendo; ¡ya está bien!".
Le dije: "¡Nadie me va a convencer, usted váyase a dormir!".
Ella dijo: "No puedo dormir con este hombre aquí".
El hombre pensó: "Esta es una buena ocasión". Tocó los pies de mi tía y dijo: "Ayúdeme, parece que no tiene corazón... Llevo aquí tres horas, padeciendo un terrible dolor de estómago".
Le dije: "Está bien, la tocaré, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, no quiero tener una cola de gente todo el día, tengo otras cosas que hacer".
Él dijo: "Lo prometo, juro por Dios que jamás se lo diré a nadie".
Toqué la botella. Inmediatamente, se bebió todo el agua y dijo: "Dios mío, nunca me había sentido así de bien. No sólo siento que me ha curado el estómago por completo sino que, además, han desaparecido otros pequeños achaques y me siento mucho más fuerte".
Le dije: "Recuerda que lo has prometido".
Él me dijo: "Tan sólo una cosa más, mi madre, está muy enferma".
Le dije: "Ya empiezas".
Me dijo: "No, no se lo diré a nadie, me conformo con volver a llenar la botella".
Le dije: "De acuerdo, ¡pero no quiero que traigas a nadie aquí ni que vuelvas con tu botella! ¡Ya la he tocado una vez, eso es suficiente!".
Y, sorprendentemente, aquél chiflado hipocondríaco, acabó convirtiéndose en un sanador. Llenaba la misma botella una y otra vez. Pero, como yo había tocado la botella, el agua se transformaba y curaba a todo el mundo. A su casa empezó a venir gente desde lugares lejanos, y a él le encantaba. Volvió para darme las gracias.
Le dije: "No debes venir aquí".
Él me dijo: "No, no he venido a pedir nada, sólo quería decirle que la botella funciona".
Le dije: "Cura a toda la gente que puedas".
Muchos años después volví a pasar por aquel pueblo. Se había convertido en un famoso curandero.
El doctor Barat, un prestigioso médico, me preguntó: "¿Qué has hecho? Sufro de migrañas, no he tenido más remedio que ir unas cuantas veces a pedirle a ese estúpido muchacho que me diera un poco de agua de su botella. Y es un milagro; la migraña ha desaparecido"...
La cuestión es que, si tienes fe, cualquier cosa puede funcionar en la mayoría de los casos. Sólo hay un treinta por ciento de enfermedades que no se pueden curar con tu fe. Esas enfermedades son reales; requieren un diagnóstico acertado y un tratamiento adecuado..."
Osho, No te cruces en tu camino. No puedes evitar ser quien eres
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