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Si quieres vivir, vive aquí y ahora. Olvídate del pasado, olvídate del futuro; ... éste es el único momento existencial. Vívelo.

"Hay una antigua historia. En los días de los Upanishads había un gran rey, Yayati. Le llegó la hora de la muerte. Tenía cien años. Cuando la muerte llegó, empezó a sollozar y a llorar y a gemir. La muerte le dijo, "Esto no encaja contigo. Un gran emperador, un hombre valeroso, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué lloras y gimes como un niño? ¿Por qué tiemblas como una hoja al viento? ¿Qué te ha sucedido?" Yayati dijo, "Tú has llegado y yo aún no he sido capaz de vivir. Por favor dame un poco más de tiempo para que pueda vivir. He hecho muchas cosas, he luchado en muchas gue­rras, he acumulado mucha riqueza, he construido un gran imperio, he incrementado en mucho la fortuna de mi padre, pero no he vivido. En realidad no me quedó tiempo para vivir... y tú has llegado.
No, es injusto. ¡Dame un poco más de tiempo!" La muerte le dijo, "Pero me he de llevar a alguien. De acuerdo, hagamos un pacto. Si uno de tus hijos está dispuesto a morir por ti, me lo llevaré".


Yayati tenía cien hijos, miles de esposas. Llamó a sus hijos y les preguntó. Los más viejos no le quisieron escuchar. Se habían vuelto astutos y se encontraban en la misma trampa. Uno, el ma­yor, tenía setenta años. Le dijo, "Pero yo tampoco he vivido. ¿Y qué hay de mí? Al menos tú ya has vivido cien años; yo he vivido sólo setenta; debería tener otra oportunidad".

El más joven --que solamente tenía dieciséis o diecisiete-- se acercó, tocó los pies de su padre y le dijo, "Yo estoy dispuesto". Incluso la muerte sintió compasión por el chico. La muerte sabía que él era inocente, que no estaba versado en los caminos del mundo, que no sabía lo que estaba haciendo. La muerte susurró al oído del niño, "¿Qué haces? ¡Estúpido! Mira a tu padre. Tiene cien años y no está dispuesto a morir, ¡Y tú tienes sólo diecisiete! ¡No sabes lo que es la vida!" El chico insistió, "¡Se acabó la vida! Mi padre ha llegado a los cien y todavía cree que no ha sido capaz de vivir, de modo que ¿para qué? Incluso aunque viviera cien años, sería lo mismo: Es mejor dejarle vivir mi vida. Si él no ha sabido vivir en cien años, entonces todo este asunto es una tontería".


El hijo murió y el padre vivió cien años más. De nuevo la muerte llamó a su puerta y de nuevo él empezó a llorar y a gemir. Dijo, "Me olvidé por completo. De nuevo empecé a acumular más ri­queza, a expandir mi reino; y los cien años han pasado como en un sueño. Tú estás aquí de nuevo y aún no he vivido".


Y esta situación continuó. La muerte fue una y otra vez y cada vez se llevaba uno de sus hijos. Yayati vivió mil años más.


Una hermosa historia, pero lo mismo ocurrió otra vez. Pasaron mil años y llegó la muerte. Yayati estaba temblando y llorando y gimiendo. La muerte le dijo, "Ya es demasiado. Has vivido mil años y todavía dices que no has sido capaz de vivir". Yayati le dijo, "¿Cómo puede uno vivir en el aquí y ahora? Siempre estoy posponiendo: mañana y mañana. ¿Y mañana? Y de repente tú estás aquí".


El posponer la vida es el único pecado al que yo llamo pecado.
No la pospongas. Si quieres vivir, vive aquí y ahora. Olvídate del pasado, olvídate del futuro; éste es el único instante, éste es el único momento existencial. Vívelo. Una vez pase, no podrás re­cuperarlo, no podrás reclamarlo.


Si empiezas a vivir en el presente, dejarás de pensar en el futuro y no te aferrarás a la vida. Cuando vives, cuando conoces lo que es la vida, te encuentras satisfecho, saciado; tu ser, al completo, se siente dichoso. No hay necesidad de ninguna compensación. No hay necesidad de que la muerte venga al cabo de cien años y te vea temblando y llorando y gimiendo. Si la muerte llega ahora mismo, estarás dispuesto; habrás vivido, disfrutado, celebrado. Un solo instante de estar realmente vivo es suficiente; mil años de una vida irreal no son suficientes. Mil años o un millón de años de una vida que no haya sido vivida, no son nada; y yo te digo que un solo instante de una experiencia vivida, es una eternidad en sí misma. Estás más allá del tiempo; tocas el alma misma de la vida. Y entonces no hay muerte, ni preocupación, ni apego. Puedes abandonar la vida en cualquier instante y sabes que no dejas nada. La has disfrutado plenamente, al límite. Estás rebosante de ella; estás dispuesto.

Un hombre que está dispuesto a morir sintiéndose alegre es un hombre que realmente ha vivido. El aferrarse a la vida revela que no has sido capaz de vivir. Abrazar la muerte como parte de la vida revela que has vivido como debías. Te sientes satisfecho".


Osho, Yoga: La Ciencia del Alma, Vol. IV