" Un emperador le pidió a un místico sufí que fuera a su corte a orar por ellos. El místico acudió a la cita, pero se negó a orar. Dijo: - No puedo hacerlo. ¿Cómo podría rezar por vosotros? -E insistió-: Hay unas cuantas cosas que hemos de hacer nosotros mismos. Por ejemplo, si quieres hacer el amor con una mujer, tienes que hacerlo tú, tú mismo. Yo no puedo hacerlo por ti ni en tu nombre. Si tienes que sonarte la nariz, tienes que hacerlo tú, porque yo no puedo sonarme la nariz por ti; no serviría de nada. Y es lo mismo con la oración. ¿Cómo puedo yo orar por nadie? Ora por ti mismo, porque yo también puedo orar por mí mismo. Cerró los ojos y se sumergió en la oración... Eso es lo que yo puedo hacer. El problema ha desaparecido para mí, pero no ha desaparecido gracias a la respuesta que me haya dado nadie. Yo no le he preguntado nada a nadie. Aún más; todo mi esfuerzo ha consistido en no hacer caso a las respuestas que me han dado los demás con tanta generosidad. La gente no para...